miércoles, 23 de abril de 2014


Crónicas Urgentes

EL LIBRO

Claudia Constantino

 

            Fue bravo elegir, desde que perspectiva abordar el tema del día Internacional del Libro, que no podía dejar pasar. Al final, descarté mostrar erudición haciendo una larga lista con los mejores autores, repasar los libros más vendidos de la historia o subrayar las fallas y omisiones de las instituciones para convertir a México, en un país que no lee.

            Por ser una lectora apasionada, hoy es un día especial y entonces, con su permiso silencioso, me daré la licencia de tratar de explicarles lo que han sido los libros para mí:

            Aprendí a leer a los cuatro años en respuesta al amor de mi padre por los libros, las revistas y los periódicos; algo que uno hace sin proponérselo y sin mayor esfuerzo tan sólo guiada por la pasión de mi líder, que me lo enseñó. Cada pasada por el puesto de periódicos (o varios, de camino a casa) era una obligada adquisición de ejemplares por fascículos o de esos que se vendían como parte de una colección cuya presentación era exclusiva para los estanquillos de periódicos y revistas: “las joyas de la literatura universal” (se anunciaban) y así llegó a mis manos Julio Verne y su visión futurista; Mark Twain y sus aventuras de un niño más aventado que yo; Edmundo de Amisís que a esa edad vaya cuantas lágrimas me sacó con su diario, y un venturoso como largo etc.

            Por los años de mi infancia, mi padre -periodista también- viajaba mucho; de cada viaje me traía siempre algo más, y libros. Los vendedores de enciclopedias con él hacían su agosto, así que tuve varias. Las que atesoré por más tiempo fueron: la del ¿Qué? ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde? y ¿Por qué? con sus cinco tomos cada uno con pastas duras en diferente color y su perspectiva propia, como lo anunciaba el título. La colección completa de las tiras cómicas de Charlie Brown y un par de Atlas que eran enormes para mi tamaño a esa edad y entonces se me figuraba que me mostraban el mundo en cinemascope.

            Para cuando llegué a la adolescencia, las historias de Poe y todo lo que tuviera que ver con el misterio era lo que me movía. Comenzaba a escribir algunas cosas y a soñar con que un día sería periodista primero, para terminar en escritora. Los concursos de ortografía, oratoria y declamación eran lo mío. Los libros de mi padre al lado de los míos, ya no cabían en los muchos libreros de la casa.

            Mis maestras y maestros favoritos, siempre me regalaban libros también, en mi primera comunión; cuando pasaba año escolar; cuando cumplía años. El tiempo pasó y las computadoras aparecieron, con su oferta de libros en línea por los que no hay que pagar. Nunca me ha venido bien esa moda, ni tableta en mano. A mi me gusta doblar las páginas, anotar frases, encerrar en globitos las palabras que no conozco para después irlas a buscar al diccionario, acomodarlos por orden de preferencia en torno mío en la intimidad de mi habitación.

            El colmo de ésta pasión, llegó hace un par de años, cuando entré a otro más de los varios talleres de creación literaria a los que he asistido; esa vez, en Xalapa; me topé con un sitio en el que de verdad le quitan a uno (ignorante) la paja de encima y le enseñan a decantar las horas libro. Te conducen por el camino que te lleva a leer lo que más vale la pena y si te haces escritor o no, eso ya será cosa de tu talento (que lo traigas) y trabajo, pero lo que es bien seguro es que como lector, pasarás al siguiente nivel, dejando atrás a los villamelones.

            Después de mi incursión por el diplomado en creación literaria de la SOGEM en Xalapa, se muy bien con que no debo perder el tiempo, a que autores debo buscar, que libros debo conseguir, cómo un buen libro te va llevando a otro de igual o mejor calidad.

            Hoy no puedo parar, mi vicio se a acendrado y los libros son para mí principio de muchas experiencias transformadoras y fin, de tantas dudas e incertidumbres. Soy de esos que, de cuando en cuando, encuentran respuestas en un texto, señales, avisos y advertencias. Soy una apasionada de la lectura y quiero para mi ciudad, para mi estado y mi país, una fiebre como la mía. Ojalá los que leemos, encontremos la manera de atraer a otros, del mismo modo como mi padre lo hizo conmigo, a la devoción por el libro.

Larga vida al libro y sus amantes.

 

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