Crónicas Urgentes
EL LIBRO
Claudia Constantino
Fue bravo elegir, desde que perspectiva abordar
el tema del día Internacional del Libro, que no podía dejar pasar. Al final,
descarté mostrar erudición haciendo una larga lista con los mejores autores, repasar
los libros más vendidos de la historia o subrayar las fallas y omisiones de las
instituciones para convertir a México, en un país que no lee.
Por ser una lectora apasionada, hoy
es un día especial y entonces, con su permiso silencioso, me daré la licencia
de tratar de explicarles lo que han sido los libros para mí:
Aprendí a leer a los cuatro años en
respuesta al amor de mi padre por los libros, las revistas y los periódicos;
algo que uno hace sin proponérselo y sin mayor esfuerzo tan sólo guiada por la
pasión de mi líder, que me lo enseñó. Cada pasada por el puesto de periódicos
(o varios, de camino a casa) era una obligada adquisición de ejemplares por
fascículos o de esos que se vendían como parte de una colección cuya
presentación era exclusiva para los estanquillos de periódicos y revistas: “las
joyas de la literatura universal” (se anunciaban) y así llegó a mis manos Julio
Verne y su visión futurista; Mark Twain y sus aventuras de un niño más aventado
que yo; Edmundo de Amisís que a esa edad vaya cuantas lágrimas me sacó con su
diario, y un venturoso como largo etc.
Por los años de mi infancia, mi padre
-periodista también- viajaba mucho; de cada viaje me traía siempre algo más, y
libros. Los vendedores de enciclopedias con él hacían su agosto, así que tuve
varias. Las que atesoré por más tiempo fueron: la del ¿Qué? ¿Quién? ¿Cuándo?
¿Dónde? y ¿Por qué? con sus cinco tomos cada uno con pastas duras en diferente
color y su perspectiva propia, como lo anunciaba el título. La colección
completa de las tiras cómicas de Charlie Brown y un par de Atlas que eran
enormes para mi tamaño a esa edad y entonces se me figuraba que me mostraban el
mundo en cinemascope.
Para cuando llegué a la
adolescencia, las historias de Poe y todo lo que tuviera que ver con el
misterio era lo que me movía. Comenzaba a escribir algunas cosas y a soñar con
que un día sería periodista primero, para terminar en escritora. Los concursos
de ortografía, oratoria y declamación eran lo mío. Los libros de mi padre al
lado de los míos, ya no cabían en los muchos libreros de la casa.
Mis maestras y maestros favoritos,
siempre me regalaban libros también, en mi primera comunión; cuando pasaba año
escolar; cuando cumplía años. El tiempo pasó y las computadoras aparecieron,
con su oferta de libros en línea por los que no hay que pagar. Nunca me ha
venido bien esa moda, ni tableta en mano. A mi me gusta doblar las páginas,
anotar frases, encerrar en globitos las palabras que no conozco para después
irlas a buscar al diccionario, acomodarlos por orden de preferencia en torno
mío en la intimidad de mi habitación.
El colmo de ésta pasión, llegó hace
un par de años, cuando entré a otro más de los varios talleres de creación
literaria a los que he asistido; esa vez, en Xalapa; me topé con un sitio en el
que de verdad le quitan a uno (ignorante) la paja de encima y le enseñan a
decantar las horas libro. Te conducen por el camino que te lleva a leer lo que
más vale la pena y si te haces escritor o no, eso ya será cosa de tu talento
(que lo traigas) y trabajo, pero lo que es bien seguro es que como lector,
pasarás al siguiente nivel, dejando atrás a los villamelones.
Después de mi incursión por el
diplomado en creación literaria de la SOGEM en Xalapa, se muy bien con que no
debo perder el tiempo, a que autores debo buscar, que libros debo conseguir,
cómo un buen libro te va llevando a otro de igual o mejor calidad.
Hoy no puedo parar, mi vicio se a
acendrado y los libros son para mí principio de muchas experiencias
transformadoras y fin, de tantas dudas e incertidumbres. Soy de esos que, de
cuando en cuando, encuentran respuestas en un texto, señales, avisos y
advertencias. Soy una apasionada de la lectura y quiero para mi ciudad, para mi
estado y mi país, una fiebre como la mía. Ojalá los que leemos, encontremos la
manera de atraer a otros, del mismo modo como mi padre lo hizo conmigo, a la
devoción por el libro.
Larga
vida al libro y sus amantes.
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