lunes, 2 de febrero de 2015

Esfera Política
 
Pan y circo
Por Ricardo Vázquez
En la Roma Imperial ya se organizaban grandes espectáculos: combates de gladiadores, carreras de cuádrigas -un carro tirado por cuatro caballos en línea-, luchas de fieras, representaciones teatrales, náuticas, etcétera. Cualquier pretexto era bueno para hacer fiesta;  simples comilonas que terminaban en bacanales desenfrenados. Diversión y distribución de alimentos de manera gratuita se convirtieron en dos grandes herramientas de control social; es lo que se conoce como la política del “pan y circo” para el pueblo.

Para el gusto del público, muchos de estos espectáculos se fueron profesionalizando. Es así como surge el ocio en la Roma Republicana para ganarse a la plebe. No solamente los espectáculos, sino también se repartía al pueblo en tiempos de hambruna, alimentos; principalmente pan o trigo con el fin de calmar los ánimos de los romanos.

Algunos de los anfiteatros donde tenían lugar estos espectáculos son el Coliseo de Roma, el de Segóbriga, Cartago, Lixus o Nimes. También estaban los circos, eran de construcción longitudinal con una pista de arena. En la pista tenía lugar carreras de cuádrigas. El circo más célebre de Roma fue el de Máximo con capacidad para más de 300 mil espectadores.

En el siglo III Roma entra en crisis y con la difusión del cristianismo, los espectáculos cambian de valores. Constantino prohibió la condena a muerte ante las fieras. El cristianismo, instrumento vertebrador de un imperio en horas bajas, desempeñó un papel determinante en la modificación de la estructura ética y moral de la mentalidad romana.

Encaminado a la decadencia, el análisis sobre las causas de la caída del Imperio Romano van en la línea de la historiografía actual, a saber: la presión de los pueblos bárbaros no hizo más que empinar el barco que se estaba hundiendo. El imperio se había debilitado internamente por las guerras civiles continuas; excesivas presiones de toda índole; el deterioro del comercio. Enormes gastos del mantenimiento de la administración, la ruina de las ciudades y otras calamidades contribuyeron a la ruina.

Personajes diversos pasaron a la historia como grandes militares, como César y Alejandro, o como grandes políticos y gobernantes, como Augusto. Sin embargo, también los hay que han quedado retratados como auténticos tiranos represivos; este es el caso de Calígula,  emperador de los romanos entre el 37 y el 41 DC. Lo que sabemos de él es que era un personaje extremadamente caprichoso, visceral, carente de toda moral o sentido ético; caracterizado por los excesos en placeres de todo tipo. La historia nos relata un sinnúmero de hechos, atrocidades e injusticias de las más descabelladas e inimaginables bajezas cometidas por los emperadores.

Contagiados por el hubris que emana del poder -palabra derivada del término heleno hibris- el ego desmedido, la sensación de poseer dones especiales que hacen a una persona capaz de enfrentarse a los mismos dioses. Como le ocurrió a Vespasiano, uno de los más arbitrarios  emperadores romanos, considerado como el patrón de los corruptos. A Vespasiano se le ocurrió obligar a la población de clase baja  a depositar sus residuos en mingitorios públicos. La orina, así obtenida, se trataba y utilizaba para limpiar la ropa; imposición con la que el emperador, “como buen político y siempre velando por sus súbditos”, encontró una nueva fuente de ingresos: “vectigal urinae” -impuesto sobre la orina-. El nuevo impuesto creó tal malestar entre el pueblo que incluso su hijo, Tito, indignado por tan aberrante medida le llegó a reprochar la procedencia del dinero obtenido con ese impuesto. Entonces Vespasiano cogió una moneda, se la acercó a la nariz y dijo: “Pecunia no olet” -el dinero no apesta-.
 
Otro emperador romano, Marco Antonio Basiano, identificado para la posteridad como Caracalla. Sus generosas iniciativas políticas, como otorgar la ciudadanía romana a los habitantes de las nuevas provincias del Imperio, cambiaron, no impidieron que su ego se disparase hasta límites insospechados, hasta el punto de encararse con las facciones críticas del Senado, diciéndoles: “Sé que no les gusta lo que hago, pero por eso poseo armas y soldados, para no tener que preocuparme de lo que piensen de mí”.

Caracalla se rodeó de una corte de aduladores que le lisonjeaban diciéndole que él era tan grande como Aquiles. Al emperador le gustó tanto aquella comparación que hizo envenenar a su mejor amigo, Festus, para agasajarle con un funeral tan suntuoso como el que el mítico héroe griego celebró en memoria de su compañero Patroclo.
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