martes, 12 de mayo de 2015

ACONTRACORRIENTE

BUENA CHAMBA

Por Manuel del Ángel  Rocha

Un viernes de tantos, de aquellos que después de cumplir la semana laboral en el Distrito Federal,  abordaba  el autobús que me regresaba a Rio Blanco, a  mi casa, donde radicaba mi familia, que la veía sábados y domingos, para el lunes por la madrugada, emprender de nuevo la vuelta al  DF.  Esto ocurrió durante  quince años, o mas, ya no  recuerdo.  Mi trabajo en le fábrica de ejes de tracción para camiones de diez toneladas en adelante, era bien pagado. Estaba en el área de embarques, que surtía de esta pieza a las ensambladoras  de  tracto camiones que estaban en Saltillo, Cuautitlán y    Puebla. Era una buena chamba,  tenia todas las prestaciones de ley, además un excelente reparto de utilidades, por tratarse  de una rama de la industria metalmecánica, pero también de un mercado muy posicionado del transporte nacional,  responsable del traslado de productos y mercancías de las costas de Pacifico y del Golfo de México, al centro y viceversa.  También  cada dos meses se enviaban algo así como cinco contenedores a Estados Unidos y Canadá.  De la cantidad no estoy seguro, porque yo estaba en envíos nacionales, y a otros compañeros les correspondía la remisión al extranjero.

En aquel viernes  me toco de compañero de asiento un joven  de aspecto informal,  gafas de pasta, pelo enmarañado, saco esport y pantalón casual, de   mediana  calidad,  comprado con los trajes de marca que vestían  los altos directivos de la empresa, que observábamos, cuando se metían al comedor de los obreros, y compartían con nosotros el pan y la sal, aunque claro, ellos en sus respectivas mesas. El joven de entre veintisiete a treinta años, suelto, rápido de plática y claro en sus comentarios, me reveló que había ido al Distrito Federal a entrevistas personales y ha entregar currículos porque  estaba en busca trabajo, y de rebote me preguntó que a que me dedicaba,  le platique donde me ocupaba,  el lugar, el horario y  el sueldo, -no es posible, me interrumpió-, desde que salí de la Maestría, llevo once meses buscando un trabajo, al menos uno, y  con la mitad de su salario. -Titulándome de la Maestría no he parado  de buscar  y rebuscar, y ni con recomendaciones de políticos-.

Y me  diserto sobre el concepto que se tenia donde la educación  era el mecanismo por excelencia para la movilidad social ascendente, -pero vea ahora,  el acceso al mercado laboral, ya no solo esta condicionado por nuestro origen social, sino también por el nivel de competencia, y de la  institución superior de la que egresamos-. Ello tiene que ver  claramente con el ingreso económico de los jefes  de familia, porque si sus remuneraciones son de uno o dos  salarios mínimos, estamos condenados, ya no a ingresar  a la  universidad, sino ni a la preparatoria. Sin nuestro potencial, el país  en las últimas tres décadas ha profundizado  la problemática económica, en cuanto a la desigualdad, a la  distribución de la riqueza, y  al aumento de la pobreza entre la población. De verdad  -continuó-,  es incomprensible  como se ha descuidado a los sectores social, educativo y cultural, ámbitos que bien atendidos,  significan un  impulso elemental  para que nosotros los jóvenes, nos  integremos  con fuerza y dinamismo al mercado laboral. Además de ser factores de una ciudadanía participativa.  Pero vea, se ha fortalecido un presupuesto militarista, un presupuesto de contención laboral, donde se convoca a universitarios para que sean policías -dígame usted-,  si con mas tropas,  no hay mas delincuencia, mas represión, y en consecuencia  mas violación a los derechos humanos.

Y de  verdad es incomprensible, ver que a pesar de las grandes expectativas y aspiraciones de los jóvenes por estudiar, y obtener un buen trabajo que conlleve a un  cambio y mejoramiento  en la calidad de vida,  no hay vías para  realizarlas, ni aun  a los universitarios con posgrados terminados.  El trabajo debe ser revalorado como parte central  de la vida en sociedad. Para  Baruch Spinoza, un pensador humanista (no del partido),  el trabajo es la condición que nos hace verdaderamente humanos. Es la característica que nos distingue de otras especies.

Mientras no se priorice la cultura, la educación y la justicia social, para formar una juventud productiva, participativa y democrática,  habrá miles de jóvenes que le digan que si a las salidas fáciles, como su ingreso a la economía informal, a la delincuencia organizada, o la prostitución, pero también se multiplicaran las personas egoístas, individualistas, que como simples consumistas de un sistema mercantilista,   encarnarán  la destrucción de un tejido social que necesita urgentemente de la fuerza de toda la sociedad.

Ya  para llegar a nuestro destino, el universitario y su vehemencia me hacen un exhorto –tiene usted una buena chamba, cuídela, pero no deje al sector gremial y social,  que   muchos nos hacen falta en estos días-.