BUENA CHAMBA
Por Manuel del Ángel Rocha
Un viernes de tantos, de aquellos
que después de cumplir la semana laboral en el Distrito Federal, abordaba
el autobús que me regresaba a Rio Blanco, a mi casa, donde radicaba mi familia, que la
veía sábados y domingos, para el lunes por la madrugada, emprender de nuevo la
vuelta al DF. Esto ocurrió durante quince años, o mas, ya no recuerdo.
Mi trabajo en le fábrica de ejes de tracción para camiones de diez
toneladas en adelante, era bien pagado. Estaba en el área de embarques, que
surtía de esta pieza a las ensambladoras
de tracto camiones que estaban en
Saltillo, Cuautitlán y Puebla. Era una
buena chamba, tenia todas las
prestaciones de ley, además un excelente reparto de utilidades, por
tratarse de una rama de la industria
metalmecánica, pero también de un mercado muy posicionado del transporte
nacional, responsable del traslado de
productos y mercancías de las costas de Pacifico y del Golfo de México, al
centro y viceversa. También cada dos meses se enviaban algo así como cinco
contenedores a Estados Unidos y Canadá.
De la cantidad no estoy seguro, porque yo estaba en envíos nacionales, y
a otros compañeros les correspondía la remisión al extranjero.
En aquel viernes me toco de compañero de asiento un joven de aspecto informal, gafas de pasta, pelo enmarañado, saco esport
y pantalón casual, de mediana calidad,
comprado con los trajes de marca que vestían los altos directivos de la empresa, que
observábamos, cuando se metían al comedor de los obreros, y compartían con
nosotros el pan y la sal, aunque claro, ellos en sus respectivas mesas. El
joven de entre veintisiete a treinta años, suelto, rápido de plática y claro en
sus comentarios, me reveló que había ido al Distrito Federal a entrevistas
personales y ha entregar currículos porque
estaba en busca trabajo, y de rebote me preguntó que a que me
dedicaba, le platique donde me ocupaba, el lugar, el horario y el sueldo, -no es posible, me interrumpió-,
desde que salí de la Maestría, llevo once meses buscando un trabajo, al menos uno,
y con la mitad de su salario. -Titulándome
de la Maestría no he parado de
buscar y rebuscar, y ni con recomendaciones
de políticos-.
Y me diserto sobre el concepto que se tenia donde
la educación era el mecanismo por
excelencia para la movilidad social ascendente, -pero vea ahora, el acceso al mercado laboral, ya no solo esta
condicionado por nuestro origen social, sino también por el nivel de
competencia, y de la institución
superior de la que egresamos-. Ello tiene que ver claramente con el ingreso económico de los
jefes de familia, porque si sus
remuneraciones son de uno o dos salarios
mínimos, estamos condenados, ya no a ingresar a la universidad, sino ni a la preparatoria. Sin
nuestro potencial, el país en las
últimas tres décadas ha profundizado la
problemática económica, en cuanto a la desigualdad, a la distribución de la riqueza, y al aumento de la pobreza entre la población.
De verdad -continuó-, es incomprensible como se ha descuidado a los sectores social,
educativo y cultural, ámbitos que bien atendidos, significan un
impulso elemental para que
nosotros los jóvenes, nos
integremos con fuerza y dinamismo
al mercado laboral. Además de ser factores de una ciudadanía participativa. Pero vea, se ha fortalecido un presupuesto
militarista, un presupuesto de contención laboral, donde se convoca a
universitarios para que sean policías -dígame usted-, si con mas tropas, no hay mas delincuencia, mas represión, y en
consecuencia mas violación a los
derechos humanos.
Y de verdad es incomprensible, ver que a pesar de
las grandes expectativas y aspiraciones de los jóvenes por estudiar, y obtener
un buen trabajo que conlleve a un cambio
y mejoramiento en la calidad de
vida, no hay vías para realizarlas, ni aun a los universitarios con posgrados terminados. El trabajo debe ser revalorado como parte
central de la vida en sociedad. Para Baruch Spinoza, un pensador humanista (no del partido), el trabajo es la condición que nos hace
verdaderamente humanos. Es la característica que nos distingue de otras
especies.
Mientras no se priorice la
cultura, la educación y la justicia social, para formar una juventud
productiva, participativa y democrática,
habrá miles de jóvenes que le digan que si a las salidas fáciles, como su ingreso a la economía informal,
a la delincuencia organizada, o la prostitución, pero también se multiplicaran
las personas egoístas, individualistas, que como simples consumistas de un
sistema mercantilista, encarnarán
la destrucción de un tejido social que necesita urgentemente de la
fuerza de toda la sociedad.
Ya para llegar a nuestro destino, el
universitario y su vehemencia me hacen un exhorto –tiene usted una buena
chamba, cuídela, pero no deje al sector gremial y social, que
muchos nos hacen falta en estos días-.