De
Interés Público
Emilio
Cárdenas Escobosa
Cien
días y contando
Veracruz atraviesa por una encrucijada.
Muchas son las necesidades apremiantes de nuestra sociedad molesta e impaciente
luego del desastre financiero y el saqueo brutal al que lo sometieron en los
dos últimos sexenios de infausta memoria y pocas son las salidas y opciones que
tiene frente a sí su ciudadanía, atrapada en la lucha sin cuartel de los
intereses políticos, del cálculo electoral, de las guerras y venganzas entre
las élites.
Los mayores desafíos a la gobernabilidad, más
allá de la explosión delictiva que no da tregua y de la cruenta guerra contra
el crimen organizado, provienen de la necesidad de corregir y perfeccionar las
instituciones para construir un Estado donde la responsabilidad del poder ante
los ciudadanos sea mucho más real que meramente formal, de la urgencia de
restaurar el tejido social, de cerrar la brecha entre sociedad política y
sociedad civil que nos ha hecho perder el rumbo, de asumir que hace falta mucho
más que buenas intenciones para que el poder público cuente con la legitimidad
que otorga el cotidiano consentimiento ciudadano hacia sus acciones y que se
requiere, con carácter de urgente, que el compromiso y el discurso para
combatir la impunidad y sancionar a quienes saquearon a Veracruz pase de las
palabras a los hechos.
No se puede en el estado de cosas actual en
nuestro estado aferrarse al clavo ardiente del lamento por las condiciones en
que se heredó la administración pública, a la defensa en abstracto de un cambio
que aún no es percibido por los ciudadanos, a pedir que se tenga confianza,
cuando siguen libres los causantes del quebranto y la impunidad los sigue
cubriendo con su manto, cuando la inseguridad ciudadana nos acosa, las guerras
del narcotráfico crecen sin control, y cuando se invoca al estado de derecho con
una convicción y compromisos laxos, supeditado a los proyectos políticos y a
los objetivos electorales.
El recelo del ciudadano es explicable y proviene
de un hecho indiscutible: los políticos de todos los signos partidarios han
sido los artífices de la descomposición que vivimos, cuando han sido justamente
sus representantes más conspicuos quienes desde sus responsabilidades como
legisladores, ediles o dirigentes de organizaciones políticas, no fueron
capaces de frenar a tiempo al monstruo
de la corrupción que todo lo devoró en Veracruz en los últimos doce años. Por
el contrario, se beneficiaron de la danza de millones, gozaron de posiciones
políticas, hicieron negocios, disfrutaron a placer prebendas y concesiones. Y
lo peor, es que hoy muchos de ellos se cambiaron alegremente de camiseta y,
merced a las alianzas y pago de compromisos de campaña, forman parte del
gobierno del cambio en posiciones muy importantes o se alistan para contender
en las elecciones municipales en puerta. Eso es lo que alimenta la desconfianza
de la sociedad; pues como es sabido, lo que se ve no se juzga.
Y hoy ni bien se acaba de
resolver el tema del endeudamiento para aligerar la agobiante crisis de las
finanzas estatales, y con ello se logra que comience a funcionar el gobierno en
turno, y ya estamos inmersos en unos nuevos comicios y en los arreglos
político-electorales que ello conlleva.
Asistimos ya a toda la parafernalia y el
nuevo teatro para hacerse en nuestro estado del mayor número de alcaldías en el
proceso electoral en curso, de consolidar o recuperar espacios de poder, de
hacer morder el polvo al adversario para sentar las bases de lo que será la
madre de todas las batallas electorales en el 2018.
Con las elecciones presidenciales y las de
Gobernador como horizonte poco es lo que hemos podido ver en este primer
trimestre de gobierno: Política y solo política, construcción de candidaturas,
arreglos partidistas, batallas mediáticas y propaganda. Y párele de contar.
La alternancia política en Veracruz, hasta
ahora, nos ha quedado a deber. Tenemos un gobierno con un bono democrático que
va menguando sin que se nos diga cómo se resolverán los ingentes problemas que
se enfrentan en todos los órdenes, con los frágiles equilibrios de una economía
precaria, sobre la que pesa la hipoteca
de la pobreza y la desigualdad, con una inseguridad galopante y con una sociedad
frustrada, desmovilizada, apática, resignada a que la clase política haga de
las suyas sin rendir cuentas a nadie.
El beneficio de la duda permanece y de lo que
se haga en los próximos meses dependerán muchas cosas. Tienen la lupa ciudadana
sobre ellos, y el tiempo apremia.
Cien días y contando.