Tiempo libre
Por Cecilia Muñoz
Cuando
niños, nuestros padres encontraban inconcebible el aburrimiento. Durante
generaciones, ningún infante pudo declarar apatía de espíritu sin recibir la
misma respuesta: “limpia tu cuarto”, “lee un libro”, “¿ya hiciste la tarea?”.
Pero a
algunos quizás nunca les caló la respuesta, o tal vez simplemente no la
recibieron lo suficiente. Como resultado, viven vidas completa y tristemente
improductivas: en el mejor de los casos trabajan, ganan dinero, lo invierten en
los gastos necesarios y hecho esto, listo. No hay otro interés que motive sus
existencias o que llene los ratos de ocio, como no sea la televisión.
Hace unos
días observaba a una criatura hecha ovillo, con la mirada fija en la
televisión. Llevaba horas así, a la espera de que el tiempo pasase para que su
postura cambiara de vertical a horizontal. Al final del día cerraría los ojos
con los recuerdos de la Semana Santa televisada, con los de algún video musical
visto, con los de alguna conversación ocasional.
El tiempo
libre es un enemigo terrible cuando se desperdicia. Un día más había
transcurrido sin que esta persona aprendiera una nueva palabra, leyera una
página, sin que hubiera descubierto algo más. Sin que al menos hubiera visto
una película o de perdis una serie de
esas que como mínimo te dejan asombrado, conjeturando acerca de lo fantástico,
lo sobrenatural o lo imposible. Porque al menos las historias de los otros
activan el botón de la imaginación y la empatía.
Las excusas
sobraban: ya había hecho esto y lo otro, acciones mínimas que le permitían otro
día de supervivencia en la comodidad de la cobija. Pero es que hasta un pájaro
enjaulado habría cantado alguna vez durante el día…
El problema
con la inactividad es que la improductividad no solo es física, sino también
espiritual. El cuerpo permanece estático, pero la mente se oxida más rápido
cuando vive sin la emoción de la expectación, el conocimiento recién adquirido o
cuando nunca disfruta la satisfacción de haber creado algo bello.
Cuando
niños era fácil caer en la tentación del aburrimiento. A muchos les faltaban
los libros y entonces aún no sabían que un día tendrían en la palma de su mano
la posibilidad de estar conectados con el mundo y con sus conocimientos y
creaciones. Pero hoy en día tenemos la posibilidad leer a los clásicos, de
ponernos en forma, incluso de aprender un idioma desde la comodidad de nuestros
teléfonos… y sí, también desde nuestras cobijas. No hay pretextos.
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