Polisemia
Biología básica para provida
Cecilia Muñoz
No sé de
quién haya sido la idea, pero si era para llamar la atención, en mi caso
funcionó. El cintillo de mi libro de biología de sexto de primaria me llegó a
interesar mucho más que su contenido, especialmente cuando me desveló los
misterios del embarazo humano. Ahí estaba todo explicado, paso a paso;
conocimiento establecido en mi cabeza por el resto de mi vida.
En teoría,
todos sabemos cómo se produce un embarazo. Al menos, la mecánica general la tenemos
clara: si hay penetración, hay fuertes posibilidades de que nueve meses después
haya un nuevo ser humano. Al menos ahí todos estamos de acuerdo, hasta la
Iglesia, el Frente Nacional por la Familia y afines, quienes sabiéndolo claman
a menudo que hay que proteger esa nueva vida desde la fecundación… Solo que
ignoran, quizás porque pasaron por alto el cintillo en sus propios libros de
biología, porque no tuvieron la suerte de contar con uno como el mío o o porque
nunca accedieron a educación sexual científica y laica, que la fecundación no
es precisamente sinónimo de embarazo.
En palabras
simples, la fecundación ―o
concepción, que ya sabemos que es una palabra querida por la derecha provida―,
es lo que ocurre cuando un espermatozoide se encuentra con un ovulo y logra
introducirse dentro de él. ¡Y listo! Tenemos un óvulo fecundado, el cual ahora
se llama “cigoto” y que debe emprender un viaje de alrededor de una semana de
duración por la trompa de Falopio hasta llegar al útero, donde se implantará. Y
solo entonces podremos hablar de un embarazo.
Sin
embargo, a veces ocurre que un cigoto ni siquiera llega a implantarse en el
útero por razones varias y hasta ahora imposibles de determinar del todo, pues
el fracaso de la célula no llega a ser notado por la mujer, quien sigue con su
vida normal hasta la próxima regla, en la que no nota nada extraño debido al
minúsculo tamaño de lo desechado. Por ello, tenemos que decir que aunque un
óvulo sea fecundado, esto no significa necesariamente un embarazo. Aunque minúsculo,
el proceso, el inicio de la vida y la vida en sí son mucho más complejos de lo
que generalmente pensamos.
(Ya que
hablamos del tema, permítame una digresión: la próxima vez que le compre a su
niña más cercana un “ksi-merito” de la marca Distroller ―un juguetito que
simula una especie de bebé que podría parecer extraterrestre―, note que éste no
es un feto, como muchos suponen, sino un “sigoto”. Si nos ponemos a pensar en
las implicaciones de darle a las niñas “sigotos” para que los cuiden como bebés
prematuros, aunque sepamos que los cigotos ni siquiera son garantía de
embarazo, ¿no nos dan escalofríos?)
Por
supuesto, esta clase exprés y rudimentaria de biología nace de la irritación
que siento cada vez que leo o escucho la famosa frase “proteger la vida desde
la fecundación”, generalmente enmarcada en una discusión respecto a la
Interrupción Legal del Embarazo. Sí, cada quien es libre de creer en lo que
quiera y tomar las decisiones que mejor convengan a su conciencia… pero al
menos tratemos de guiarla con conocimiento de lo que hablamos.
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