domingo, 28 de junio de 2020

A 2 años.
                           Por Helí Herrera Hernández.
                                    
     

            Pasado mañana cumple Andrés Manuel López Obrador dos años de aquel histórico triunfo, con el respaldo de mas de 30 millones de mexicanos, que vieron en su movimiento la esperanza de acabar con la corrupción, la inseguridad y la pobreza.
         El escenario que su triunfo vislumbraba, era el de un gobierno fuerte, por la contundencia del mismo. No requería, ni siquiera, de algún apoyo partidario externo a MORENA para construir el sueño de esos millones de compatriotas que, hastiados, sufragaron por él.
         El Poder Legislativo federal, tan necesario para convalidar la superestructura jurídica, y el andamiaje político-económico que requería para encarrilar el desarrollo del México prometido a sus compatriotas, estaba también en sus manos. No había pretexto para fallar.
         Así arranco el primero de diciembre, con un decreto de extinción del neoliberalismo sin haber logrado erradicar, entre varios miembros distinguidos de su gobierno y círculo cercano, el >egoísmo individual<, que es motor de enriquecimiento, como se encuentra establecido en infinidad de libros de economía, surgiendo los primeros escándalos en un gobierno que traía como apotegma. “no puede haber un gobierno rico con un pueblo pobre”, cuando en esa burbuja amloista empezaron a aparecer multimillonarias fortunas, fruto de corrupción, porque no han lograda explicarlas los hombres y mujeres del presidente, que empezaron a dinamitar el prestigio del gobierno López Obradorista.
         Lo solido del movimiento empezó a fracturarse, porque el fuego amigo se desató y él lo permitió. Dejo crecer el ala radical del movimiento que fue el vehículo para accesar al poder publico, sin observar que vulneraría el ejercicio de éste. Los escándalos de las portentosas fortunas de Bartlett, del gobernador de Puebla, del secretario de comunicaciones, de la secretaria de gobernación, de la secretaria de la función publica han rebasado las acciones políticas de Andrés Manuel, generando divisiones en MORENA y el gobierno (véase pugna Ricardo Monreal vs Jhon Ackerman, o Alfonso Ramírez Cuellar vs Yeidckol Polevnsky), cuando por el momento que atraviesa el gobierno federal, deberían estar cerrando filas con el líder presidente.
         Desde luego que, en la perspectiva del ejercicio de su poder, AMLO jamás previó tampoco la aparición de la pandemia y los efectos macro y micro económicos que la misma desataría, que están poniendo en jaque todo lo presupuestado por el para su mandato, sin contar, además, los malos gobiernos estatales de personeros de su movimiento que son los peores calificados a nivel nacional.
         Así, ese enorme capital político de Andrés Manuel, el peso de la realidad vino a demostrar que no era infinito. Los anhelos de un gobierno en beneficio de los pobres se transformaron en pesadilla, en un negro presagio para el curso del sexenio, porque en estos meses terribles del ejercicio del poder publico, están pesando mas los tropiezos que las pretensiones de los opositores de descarrilarlo.
         Lo escribí apenas en mi último artículo, la semana pasada, en este mismo espacio: ha llegado el momento de que AMLO haga sumas políticas en lugar de ahondar las distancias con la oposición. El escenario tras su triunfo el primero de julio de 2018 es totalmente otro para el segundo semestre de 2020, y ni que decir para 2021, donde quieran o no, serán evaluados el 6 de junio y tiene mas que perder el presidente que morena, porque MORENA sin el, ya estamos viendo que es: la antesala del purgatorio.
         Atrás deben quedar los irracionales ataques de quienes intoxicados del poder que la ciudadanía les dio, aquel histórico domingo 1 de julio, porque se subieron en la ola amloista, aunque ayunos de ideología y vacíos de sentido común, solo conocen el vocabulario del insulto y la intimidación.
         Es la hora del dialogo entre gobierno y opositores para que México salga de esta pesadilla. Es la hora de dar un golpe de timón para rectificar la ruta con la suma política. Los nuevos tiempos y sus circunstancias así lo exigen.