TIERRA
DE BABEL
Jorge Arturo Rodríguez
México,
un país injusto
Por ahí en el mes de julio pasado, la
periodista Lourdes López entrevistó al diputado Ricardo Ahued Bardahuil, a
propósito del relevo del Secretario de Finanzas y Planeación. Ahora que está a
la vuelta de la esquina la renovación del gabinete estatal, retomo el primer
párrafo de la nota –con permiso de la autora- y en paráfrasis escribo: “El
próximo secretario debe tener un hígado muy grande, mucha capacidad para
aguantar, que le diga la verdad a la gente y que haga una revisión de lo que
puede y lo que no puede, para que realmente tome a los veracruzanos con
seriedad”. ¿Es mucho pedir? Ojalá y el gobernador Javier Duarte de Ochoa lo
piense bien y decida lo mejor, pa’ que a Veracruz le vaya chido.
Entre
tanto, sigamos cuidándonos las espaldas, sin caer en los chismes, para
sobrevivir en un México cada día peor. ¿Alguien lo duda? Arnoldo Kraus
escribió: “México es un país injusto en lo global y en lo particular.
Injusticia plagada de enormes sesgos y cegueras impensables. La saña y
voracidad de lo inequitativo demarcan su fuerza sobre quienes menos tienen y
menos hablan mientras que suelen exonerar, aun siendo culpables, a los
opuestos. Las paredes de los tribunales y las bancas silentes de los juzgados
bien lo saben: cuando el transgresor carece de poder, la sentencia no sólo es
predecible, sino que incluso se conoce antes del veredicto. La transparencia y
la equidad de la justicia mexicana son más letra que realidad. En eso se parece
nuestra ley a la Estatua de la Libertad neoyorquina: ambas tienen los ojos
vendados”.
Mientras,
andamos con los ojos fijos en el celular y se nos va lo mejor de la vida, pero
ahí cada quien. A propósito, el escritor Fabián Vique escribió la siguiente microficción:
“Después de doblegar ejércitos, someter países, fusilar insurrectos y repartir
botines, el niño apaga la Play Station y acude al llamado. Sobre la mesa se
enfría la leche que una vaca elaboró, un tambero ordeñó, un camionero
transportó, una empresa pasteurizó y homogeneizó, un almacenero vendió y su
madre calentó, endulzó y enchocolató. —¡No quiero leche, quiero whisky! —grita
el niño. La madre le da vuelta la cara de un cachetazo y el niño bebe sin
chistar”. Así es la vida, ¿no?
Me
entero que estudios de científicos de Europa y Oceanía advirtieron que la
tecnología puede ser cada vez más inteligente, pero los seres humanos son cada
vez más tontos. (www.sinembargo.mx).
¿Será? Esto me recuerda el inicio del cuento “El perro”, de Kobo Abe: “Yo odio
los perros. A mi modo de ver, ellos reflejan la vulgaridad humana con fidelidad
y verlos me produce un asco irrefrenable. Los dueños de los perros me repugnan
aún más. Comprendo a la gente que cuida los perros con algún objetivo
específico, tal como sucede con los pequeños productores que los mantienen por
necesidad laboral, sea para vigilar las ovejas o para transportar los trineos,
pero no soporto a esos seres pretenciosos que los tienen sólo para amarrarlos
al porche de sus casas miserables; esto, para mí, no es sino un síntoma de la
degeneración humana”.
De
cinismo y anexas
En La
sabiduría de los chistes, de Alejandro Jodorowsky, leo el chiste “El
domador domado”: “Un conejillo de Indias le dice a otro: “Ya he domado al doctor…
Cada vez que oprimo este botón, me da un trozo de queso”.
Jodorowsky
comenta: “A veces, sucede que nos engañamos. Creemos que dominamos la
situación, pero en verdad estamos totalmente dominados”.
Por
lo pronto, ahí se ven.