Polisemia
Selfies
Cecilia Muñoz
Hay un
pasillo en mi casa tapizado de fotografías y en ninguna aparezco yo. A pesar de
ello, de vez en cuando me gusta observarlas, evocando imágenes de pasillos más
grandes, antiguos y elegantes, tapizados no de fotografías, sino de pinturas en
marcos ostentosos.
Me gusta
pensar en todo el tiempo transcurrido para que el ser humano pudiera
representarse en una imagen con tanta facilidad. De pagar a un pintor y posar
durante horas y días al lado de un caballo o un galgo, ataviados de púrpura y
oro, hemos pasado al pasillo de mi casa donde las fotografías me hablan de
cotidianidad. De los pasillos largos y majestuosos, pasamos al de mi pequeño
hogar, donde la historia que se cuenta es personal y no generacional.
Sin
embargo, estas fotografías ya tienen su aire de anticuadas. La historia que
cuentan se detuvo en algún punto antes del término de la primera década del
2000 y hoy, representarse es incluso más fácil que entonces, pues ya todos
traemos en el bolsillo una mini cámara integrada al teléfono. Incluso, ya ni
siquiera es necesario pedirle a alguien que nos tome una foto, pues basta con
solo darle vuelta a la cámara y un click.
Hemos
llegado a la era de la selfie. Y de que pensemos en egolatría, banalidad,
inseguridad, etc. En nuestras selfies no hay armiños, galgos o corceles, sino
únicamente nosotros. En ocasiones, nos acompañamos de algún elemento que al
igual que el armiño o el corcel de los reyes de antaño, relate quiénes somos.
Veo una
selfie. Ella, quinceañera, una sudadera, cabello rizado, sonríe, saca la
lengua, forma una “v” con los dedos de su mano derecha. Atrás, su probable
cuarto. Ella, en su espacio privado, jugando a algún día recordarse como joven,
divertida, despreocupada, siendo bonita y lúdica mientras se tomaba la
fotografía.
Pasaría de
largo si no fuera porque bajo su imagen hay unas palabras que no corresponden
al tono con que fue tomada: “Ayúdanos a encontrarla”. De repente ya no es una
selfie, sino un collage entre la desesperación y la inocencia.
Solo
entonces me doy cuenta de la cantidad de selfies que se ven en los anuncios de
“se busca”. Y pienso en todos momentos íntimos que terminaron convertidos en
ruego.
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