ANIVERSARIOS
LATINOAMERICANOS. (II)
“Centenario
del natalicio de Augusto Roa Bastos.”
Mtro. José
Miguel Naranjo Ramírez.
Yo
el escritor, el periodista, el guionista, el crítico literario, el paraguayo exiliado
en Argentina y Francia. Yo el ganador del Premio Cervantes de Literatura, estoy
cumpliendo cien años de haber nacido en Asunción, Paraguay, un país que amo y
amaré aun después de existir, porque la República del Paraguay se encuentra en
mis obras y yo en ella. Soy Augusto Roa Bastos y en los festejos del centenario
mi escribidor ha decidido recordarme con mi principal novela: “Yo el Supremo” publicada en el año 1974
y considerada una de las mejores obras del siglo xx.
Por
años en mi narrativa les di vida a muchos personajes tomados de la realidad y
escribí novelas y cuentos, hoy que ya no soy parte material de este mundo desde
el 2005, a través de la creación ficticia de mi escribidor les platicaré sobre:
“Yo el Supremo.”
La
novela la escribí en el largo periodo que viví exiliado de mi país, “Yo el Supremo” va a narrar la cruel y
despiadada dictadura de José Gaspar Rodríguez de Francia. La crítica literaria
ha encontrado en la obra, crónicas, relatos, anécdotas, leyendas, biografías,
datos históricos, personajes, etc. Pero en esencia es una novela histórica
ubicada como la novela del dictador.
El
periodo histórico que comprende la novela es de1811 fecha en que inicia su
actuar en la vida pública el Doctor Francia, conocido como yo el supremo,
considerado el padre de la Patria, el defensor del Paraguay, el que le dio
leyes a este nación, le otorgó libertad e igualdad, hasta 1840 fecha en que
muere éste dictador eterno.
Es
una novela total y por lo tanto resulta imposible en un artículo describir todo
lo narrado, pero el punto de partida de la obra es un pasquín que apareció en
la puerta de la Catedral en el año 1840 que a la letra dice:
“Yo el
supremo Dictador de la República. Ordeno que al acaecer mi muerte mi cadáver
sea decapitado, la cabeza puesta en una pica por tres días en la plaza de la
República donde le convocará al pueblo al son de las campanas echadas al vuelo.
Todos mis seguidores civiles y
militares sufrirán pena de horca. Sus cadáveres serán enterrados en potreros de
extramuros sin cruz ni marca que memore sus nombres.
Al termino de dicho plazo, mando
que mi restos sean quemados y las cenizas arrojadas al rio…”
Con
este pasquín inicia el dialogo entre dos personajes centrales en la obra, por
una parte la voz narrativa se le otorga a “Yo
el Supremo” que dialogará con Policarpo Patiño quien es el hombre más
cercano al dictador:
“¿De qué me acusan estos anónimos papelarios?
¿De haber dado a este pueblo una patria libre, independiente y soberana? Lo que
es más importante ¿de haberle dado el sentimiento de Patria? ¿De haberla
defendido desde su nacimiento contra los embates de sus enemigos dentro y
fuera? ¿De eso me acusan?”
Toda
la trama consistirá en descubrir quién o quiénes son los autores del pasquín, mientras
esto sucede el dictador le dictara una circular eterna a Patiño, consistente en
dar a conocer a todos sus servidores la historia del Paraguay desde el
estallido de su revolución de independencia allá por 1810, de cómo defendió los
principio de independencia y soberanía, cómo logró que Paraguay se gobernara de manera autónoma sin la intervención
de Argentina:
“¡Nuestro soberano Monarca sigue siéndolo de
las Españas y las Indias, comprendidas todas sus islas y la tierra firme!
Descargue un manotazo acallándola: ¡Aquí al monarca lo hemos puesto en el arca!
Grité. ¡Aquí en el Paraguay la tierra firme es la firme voluntad del pueblo de
hacer libre sus tierras desde hoy y para siempre! La única cuestión a decidir
es cómo debemos defender los paraguayos nuestra soberanía e independencia
contra España, contra Lima, contra Buenos Aires, contra Brasil, contra toda
potencia extranjera que pretenda sojuzgarnos.”.
Hay
momentos de la novela donde es innegable que la figura de “Yo el Supremo” es atrapante, como todo dictador tuvo momentos de
aciertos, además, era un hombre de amplia cultura, lector de los clásicos
griegos y latinos, un hombre imbuido en la literatura francesa de Rousseau,
Volteare, Montesquieu, admirador de Benjamín Franklin, e incluso hay una
anécdota que bien puede ilustrar el problema latinoamericano de tener puros
políticos ignorantes que no saben nada del Estado, de las leyes, de las ideas
políticas, la anécdota es la siguiente:
Están
discutiendo sobre el futuro de la nación, uno de los integrantes manifiesta que
es mejor morir antes que vivir esclavos, “Yo el Supremo” aplaude esa postura y agrega que Montesquieu dijo que se
puede vivir libres con poner orden en nuestras Repúblicas, a lo que un
interlocutor manifestó: “Vea, Doctor
usted entiende de libros y de gente sabia. Por qué no se ocupa usted mismo de
esas guevadas. Si cree conveniente, escríbale a ese señor Montesquieu. Le
podemos dar aquí un empleíto de secretario rentado de la junta, para que nos
ponga en orden los papeles. Imposible entenderlos. Era pedir muelas al gallo.”
“Yo el Supremo” con el paso de los años
se convirtió en un cruel dictador, abusó del poder, cometió todo tipo de
fechorías, pero, ¿Hubieran hecho algo mejor los demás políticos contemporáneos
si partimos de la anécdota antes narrada? Aquí se empieza a comprender mejor
porque hemos vivido más de cien años en soledad, “Yo el Supremo” aún no ha muerto.
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electrónico: miguel_naranjo@hotmail.com