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Crónicas urgentes
El país de los muertos sin nombre
Por Claudia Constantino
A cada nueva tragedia en México, se
va afianzando la inhumana costumbre de despojar de nombre a las víctimas. Hace
ya mucho tiempo que como sociedad fuimos aceptando reconocer a los asesinados
en función de solamente una cifra: global, impersonal, restándoles importancia.
Ayer tocó a Oaxaca el turno de ser el
escenario donde perdieron la vida varías personas. Aunque el enfrentamiento
entre la policía y civiles fue producido por las protestas de los maestros de
la CNTE, quienes fallecieron en el municipio de Nochixtlán no fueron solamente
miembros de esa organización sindical.
Los hechos no han sido esclarecidos
hasta el momento, a pesar de que observadores internacionales y organizaciones
como Amnistía Internacional han pedido al gobierno mexicano que aclare lo
ocurrido el domingo en esa población cercana a la capital de Oaxaca.
Los muertos que, como siempre,
tienen nombre y apellido, historia, familia y derechos, son:
1.- Anselmo
Cruz Aquino, de 33 años, comerciante.
2.- Jesús
Cadena Sánchez, de 19, estudiante de secundaria.
3.- Iralvín
Jiménez Santiago, de 29, regidor de salud del municipio de Nochixtlán.
4.- Óscar
Nicolás Santiago, de 22, campesino.
5.- Omar
González Santiago, de 22, empleado.
6.- Andrés Aguilar, de 23, comerciante.
7.- Óscar
Luna Aguilar de 22, vendedor de jugos
8.- David, de sólo 16 años.
Ante estas muertes, la reacción de
la sociedad mexicana en su conjunto está dramáticamente polarizada. Una parte
condena el abuso de poder, el uso de armas de asalto contra una población civil
desarmada; reprueba una maniobra de represión y abomina el autoritarismo de los
gobiernos federal y estatal. La otra acusa
a los maestros de la coordinadora de ser los responsables de estas muertes.
Unos y otros minimizan que en México
el aprecio por la vida es un principio cada día menos importante. Ante tantos decesos,
tanta masacre, tantos civiles muertos en fuego cruzado o como víctimas de
secuestros, desapariciones forzadas, asaltos con violencia y ajustes de
cuentas, ya sólo cunde la indiferencia.
Cuando los mexicanos ven la muerte
de lejos, en otros países, a veces reaccionan; dicen sentir indignación, firman
alguna protesta virtual o se conduelen.
Si la ven de cerca, la ignoran y hasta la justifican. De la legendaria
solidaridad mexicana, demostrada en los terremotos del 86. no queda mucho. Hace años a los mexicanos los matan y solo
pequeños grupos de connacionales reaccionan con vehemencia ante ello. Otros dan
acuse de recibo. La mayoría no se entera
o hace como si no.
En una nueva entrega, analizaremos
un poco el modo en que la sociedad mexicana se deshumanizó, se tornó
indiferente y fría. Una lucha sucede a la siguiente. Ningún reclamo social, por
auténtico que sea, prospera. No hay sociedad que lo apoye. Así, una injusticia
precede a la siguiente en una cadena sin fin. Hoy comienza el verano; en la primavera,
tan sólo ayer, se perdió la vida de otro puñado de compatriotas que no merecían
morir. No lo merecían.
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