miércoles, 19 de noviembre de 2025

 La marcha que el poder no quiso ver

Gabriela Salido

El 15 de noviembre, miles de personas salieron a las calles en distintos de México para decir algo tan simple como insoportable: ya no podemos vivir con miedo. Y es que esta no fue una marcha de partido ni de ideología. Fue la caminata de quienes ya no pueden más con una inseguridad que no distingue color, ni territorio. Una inseguridad que nos respira en la nuca a todos, sin excepción.

Paradójicamente, quienes en 2006 levantaron campamentos durante semanas porque López Obrador desconoció su derrota electoral —y llamaron entonces a tomar las calles como un acto legítimo de protesta— hoy descalifican a ciudadanos que marchan por algo infinitamente más básico: el derecho a vivir sin miedo. El partido que nació diciendo que “la calle es del pueblo” ahora intenta minimizar, ridiculizar o silenciar una marcha encabezada por jóvenes que solo exigen seguridad, justicia y un país donde la vida no dependa del azar. Y ahí está la pregunta más incómoda que dejó la jornada, y que, francamente, me duele: ¿En qué momento las luchas sociales se volvieron propiedad exclusiva de la izquierda en el poder?

La historia de México nos dice lo contrario. La protesta, la marcha, la calle, han sido el territorio natural de quienes sienten que las instituciones ya no les escuchan. Y hoy, como tantas veces, fueron los jóvenes quienes encabezaron esa caminata. Jóvenes que crecieron escuchando que “otro país era posible” y que ahora cargan la decepción amarga de ver a ese mismo movimiento repetir las prácticas del poder que prometió desterrar.

No es casualidad que esta marcha haya sido convocada por quienes se sienten desprotegidos en lo más básico: el derecho a llegar vivos a casa. Porque, aunque el discurso oficial insista en minimizarlo, hoy en México no existe un solo espacio que se sienta realmente seguro. Ni el transporte, ni el trabajo, ni la escuela, ni siquiera nuestras propias colonias. Y eso explica por qué miles salieron: no por cálculo político, sino por una simple y llana supervivencia.

Para darle más peso a esa sensación, basta mirar las cifras reales: la impunidad en México se mantiene en niveles alarmantes. Datos de organizaciones como México Evalúa indican que delitos de alto impacto —como homicidio doloso, desaparición y extorsión— registran tasas de impunidad entre el 96% y el 99%.  

Lo más grave, sin embargo, vino después.

El aparato gubernamental se apuró a deslegitimar la marcha, a asociarla con “intereses oscuros”, a etiquetar a los asistentes como manipulados. Ese guion ya lo conocemos. Pero lo verdaderamente alarmante fue lo que se omitió: la violencia que los propios manifestantes sufrieron, perfectamente documentada en videos, fotografías y testimonios.

Golpes. Gas. Empujones. Intimidación.

Un gobierno que alguna vez marchó contra los abusos, ahora guarda un silencio ensordecedor cuando él mismo los comete.

Y aquí es donde la contradicción se vuelve insoportable, casi ética.

Porque quienes hoy extienden la narrativa de que “todo está bien” son los mismos que llegaron al poder denunciando exactamente lo contrario. Esa memoria selectiva, esa comodidad del poder, esa facilidad para olvidar la entrada propia, es quizá el trazo más nítido de cómo la política puede distorsionar, de forma peligrosa, la ética.

Lo que vimos el 15 de noviembre fue otra cosa: fue una ciudadanía que dejó de esperar permiso.

Una ciudadanía que entiende que vivir sin miedo no debería ser un privilegio, sino un mínimo no negociable.

Una ciudadanía que ya no confía en los discursos, sino en los hechos —y los hechos apuntan a un país donde la violencia crece mientras el Estado, por conveniencia, mira hacia otro lado.

Esta marcha no fue contra México.

Fue por México.

Por un país donde no haga falta tomar las calles para pedir lo básico.

Por uno donde la seguridad deje de ser un eslogan de campaña y se convierta, por fin, en una prioridad real.

Por uno donde la protesta no se criminalice y donde la voz ciudadana no se caricature.

Porque, a diferencia de los gobiernos, la gente sí recuerda.

Especialista en temas de Planeación y Desarrollo

@gabysalido