Crónicas urgentes
La distopía mexicana
Por Claudia Constantino
En la historia reciente de México,
los avances y retrocesos en materia democrática se cuentan antes y después de
la noche del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. No precisamente
porque con la muerte de aquellos jóvenes, enfrentados ideológicamente a su
gobierno, todos los problemas sociopolíticos del país se hayan acabado, sino sólo
porque probó que las manifestaciones no violentas de una sociedad organizada si
podían cambiar el rumbo del país, al menos en lo inmediato.
Dicha experiencia se repitió en 1971,
aquel jueves de Corpus. A partir de ese punto, y con la consolidación de la
izquierda poco después, muchos pudieron pensar que este sería un país cuya
sociedad tenía clara la importancia de las acciones de no violencia y su organización
como método para hacer contrapeso al poder.
En vez de eso, hemos visto
instalarse a la injusticia institucionalizada; es decir, cómo la injusticia se
convirtió en el modo común de relacionarse entre las personas y las
instituciones. La mala noticia es que,
en vez de una sociedad atenta y activa contra la injusticia, que en México ha
crecido exponencialmente con base en la corrupción e impunidad, vemos una sociedad
sumida en la indiferencia y la ignorancia.
No es necesaria mucha reflexión para
entender que un gobierno establece su autoridad a través del sistema escolar y
que en él forma a sus empleados y funcionarios, pero también a sus medios o
comunicadores sociales. Todos estamos
bien enterados de lo que ocurre desde hace lustros con la educación en México.
La lucha contra la injusticia institucionalizada empezaría en las escuelas y
otros espacios de educación, como museos y casas de cultura.
Así nos referimos a la utopía: un
México con un gobierno justo que resulte saludable. No el gobierno injusto que
tenemos. La justicia es muy ambigua. Muchos
dicen que la verdadera justicia no existe, y como ejemplo ponen la de los
tribunales, que se inclina hacia el fuerte, el rico y el poderoso. En México tenemos
sobradas muestras de injusticia. Tenemos
apenas un puñado de ejemplos en sentido contrario.
En la injusticia, la paz es
imposible, porque la injusticia es un estado de violencia y desorden que no
puede ni debe mantenerse. Se impone por la violencia, por ella se conserva y
provoca más encono y revuelta. Así, hemos llegado a los niveles de violencia
con que vivimos en México. Así nos hemos acostumbrado a tolerarla, al punto de
verla como algo lejano, que no nos concierne.
Martín Luther King dijo: “Algunos
están de acuerdo con Schopenhauer en que la vida es un dolor sin fin con un fin
lleno de dolor y que la vida es una tragicomedia actuada una y otra vez con
sólo cambios superficiales de vestido y de escenografía. Otros gritan como Macbeth de Shakespeare que
la vida es un cuento, narrado por un idiota lleno de sonidos y de furia que no
significa nada. Pero aún en los momentos
cuando todo parece sin esperanza, los hombres saben que sin esperanza no pueden
vivir realmente”.
La lucha magisterial de la CNTE es
multicuestionada. No son santos, y por ello la sociedad no los apoya de manera
generalizada. Mañana marcharán los trabajadores del sector salud; irán de
blanco. Veremos con qué juicios los descalificarán. A los padres de los jóvenes desaparecidos en
Ayotzinapa sólo los han cansado, e ignorado.
La distopía mexicana es este sueño
de horror que se vive a diario donde, como decíamos tan sólo ayer en este mismo
espacio, los muertos son una cifra. Las causas de las muertes: feminicidio,
enfrentamientos entre grupos delincuenciales (los menos), las bajas de la
guerra contra el narco (que está en stand by sólo del lado del gobierno),
secuestros, extorsiones, ajustes de cuentas e inseguridad. ¿Y los mexicanos de
bien?
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